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Mostrando entradas de febrero, 2019

Oración Padre Nuestro meditado

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Orar con el Padre Nuestro Padre,  al que no podemos llamar  nuestro porque hay muchos hombres y mujeres excluidos del nosotros. Que estás  precisamente allí donde nos da miedo mirar porque abunda la miseria. Santificado  sea tu nombre, eco fiel del grito de los “sin voz” que nadie escucha. Venga  a nosotros tu amor para romper nuestro corazón de piedra, tu justicia para que no soportemos diferencias ni explotaciones, tu vida para que no se la neguemos a nadie y así seamos manos que construyen  tu reino. Hágase  tu voluntad de que todos los seres se realicen y encuentren su sentido. El pan  dánoslo y quítanos todo lo superfluo para que ningún persona pase hambre. Perdónanos  nuestras insolidaridades y nuestro individualismo, nuestras riquezas, nuestras distancias, nuestras actitudes marginadas. Así como nosotros  intentamos arrancarlas de nuestro ser y denunciárselas a los ricos, a los pobres, a los explotadores, a los

Imagen del hambre

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La imagen del hambre Reflexionar en torno a la imagen La imagen tiene una apa­riencia muy macabra, pero más macabra sigue siendo la realidad. La imagen puede servir para tomar conciencia de una realidad que juzga­mos lejana y de la que en parte somos noso­tros causantes. Hacer una reflexión general: el drama de muchas personas           ¿Qué nos dice esa imagen?       ¿Qué nos llama la atención?        ¿Qué pasa ahí?       ¿Con qué lo asociamos?            ¿Por qué eso es así?      ¿Qué podíamos hacer nosotros para evitarlo? Hacer una reflexión sobre los detalles de la imagen        Está desnutrido. ¿Qué nos dice? ¿Qué nos pi­de? ¿Se puede aplicar también a alguien cer­cano a nosotros?        Tiene ojos y oídos de hambre: ¿Qué necesita oír y ver en estos momentos? ¿Qué podemos decirle nosotros? ¿Qué podemos mostrarle? ¿Qué no necesita oír ni ver...?        ¿De qué tiene el gesto? ¿Qué expresa su ros­tro?       La mano se ha convertido en ranura de

Parábola: Curación de un drogadicto

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Curación de un drogadicto Francisco Pérez Polo En aquel tiempo un joven se acercó a Jesús. Por sus ojos húmedos y el temblor de sus manos supieron todos que era drogadicto. - Maestro, te lo suplico, apaga esta sed que me abrasa. Desde hace días me niegan el agua en las posadas y me rehuyen los caminantes. Noto que las fuerzas poco a poco me abandonan pero no quiero morir. Ayúdame. Tú eres la Medicina Suprema, el Hombre Que Nos Cura. Jesús, conmovido por aquella Fe, sonrió dulcemente. Le preguntó: - ¿Cuantos años tienes? - Diecisiete, Señor. Cristo tomó las manos del joven, secas y frágiles, entre las suyas y elevó los ojos. Al instante cerraron las heridas y desaparecieron los temblores. De la muchedumbre surgió un murmullo, pues la curación de drogadictos estaba prohibida, pero un gesto del Maestro impuso Silencio: - ¡Ay de aquellos que desprecien a estos hermanos suyos y les llamen impuros! Más les valdría vagar por sus barrios y caer en sus pozos. Pues