Los bostezos de Dios Un hombre llevaba mucho tiempo orando a Dios. Todos los días, al comenzar la jornada y antes de acostarse, elevaba su espíritu y también, que todo hay que decirlo, su lengua al Todopoderoso… Ante la nula atención que, según él, le prestaba el Señor, decidió acudir a varios expertos en oración. Estos, que también hay que decirlo, después de vaciarle el bolsillo y cargarle con varios kilos de compendios teológicos, “le dieron largas” sin resolver su problema… Así que después de un tiempo y cuando estaba a punto de dejar la oración para ejercitarse en otras técnicas menos costosas y más provechosas, se encontró con una persona sencilla de corazón (para mayor información, ver Mt 11,25-27). Nuestro hombre fue directamente al grano: –¿Por qué Dios no me escucha, por qué no me contesta? La otra persona, sin dejar de sonreír, le contestó: –Amigo, ¿has comprobado si Dios está dormido…? –¡Cómo! –le interrumpió nuestro protagonista–. No estoy para perder el tiempo, ni mucho
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